Con las primeras lluvias, nuestros bosques y montes se están tiñendo de un manto blanco muy apetecible: las setas. Por doquier crecen rovellones, boletus, cantarellas, perrechicos, rebozuelos, trompetas de la muerte o la seta de los césares: la amanita cesárea. También se les conoce como hongos superiores y se subdividen en tres grandes familias: Ascomycetes, Basidiomycetes y los Mixomycetes.
La recolección de setas es una alternativa de ocio muy interesante, ya que disfrutas del aire libre a primera hora de la mañana, buscas setas, las cortas e identificas los ejemplares. Hay incluso rutas organizadas, con profesionales que van explicando la zona, los tipos de setas característicos y que te ayudan a dar tus primeros pasos micológicos.
Pero recordad que todas las setas son comestibles, pero algunas solo una vez. Bromas a un lado, solo debemos consumir las setas que hayamos identificado como comestibles y si nos surge alguna duda, lo mejor es acudir con el ejemplar a una sociedad micológica y que ellos, que son expertos, nos orienten y aconsejen.
Y por supuesto, el lado que más me gusta de la recolección de setas es el gastronómico. Las setas son un delicioso manjar presente en la cocina otoñal desde cocinadas a la plancha, en revueltos, en guisos de caza o incluso en risottos. Una pequeña delicia con un sabor muy peculiar y un aroma envolvente, idónea desde el punto de vista nutricional, gracias a su elevado contenido en agua y vitaminas.
Foto | Javier País
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